martes, 8 de enero de 2013

El Burro (copiado de Diriomohoy.com)

EL BURRO
Recuerdo la primera vez que entre a la casa de “Cabo Pey” como le decían a Don Humberto Mora Fernández.  Era una casita de tabla en mal estado ubicada contiguo a la casa de su hija Doña Conchita en un Diriomo que ya solamente existe en mi imaginación.  Él había improvisado una cantina donde se mantenían un fiel grupo de clientes consumiendo “guaron” y “cusuza”, licores caseros de aquel entonces.  A veces hasta sus propios nietos le hacían compañía, fue en aquel lugar donde se echaron sus primeros tragos.  Era un señor alegre que disfrutaba de la vida.  En ocasiones cuando nuestra bola de calcetín caía de “foul” en su propiedad,  alguien tenía que ir a buscarla y muchas veces me tocó a mí.
Nunca me negó acceso a su hogar y a veces el mismo buscaba la bola y me la regresaba.  Entonces, porque me aterraba entrar a su casa?

Todo paso porque la primera vez que entré, noté que había una caja gigante guindando de la solera. Estaba envuelta en un plástico negro y completamente cubierta con una capa de polvo fino.  Lo que sea que estuviera allí no se había usado en años, parecía abandonado.  Poco después me enteré que se trataba de un ataúd que él mismo había comprado para usarse el día que diera su último viaje.  Sin nunca haber tenido contacto con la muerte y sin ser aún consciente de mí propia mortalidad aquella caja me causó un horror inmenso.  No fueron pocas las veces en las que desperté yo mismo dentro de ella en mis pesadillas más tenebrosas de infancia.
Pero Cabo Pey, (que en paz descanse), no estaba solo, comprar un ataúd antes de la inevitable muerte era una tradición que empezó a mediados del siglo XVIII.  Se compraba en Granada y se traía en carreta halada por bueyes hasta Diriomo, una trayectoria de hasta 4 horas dependiendo de las condiciones del camino.  Una vez aquí se envolvía en plástico para conservarla lo mejor posible y solo quedaba esperar que llegara aquel maldito día.  Pero si la muerte encontraba a algún desgraciado desprevenido, entonces éste no tenía más remedio que usar el Burro.
Antes de que la iglesia tuviese torres o acera, solo había un pequeño campanario hecho de madera ubicado donde está hoy la torre norte.  Allá se mantenía el Burro.  Cuando alguien moría sin ataúd se le envolvía en un petate y se le notificaba a la iglesia que se estaría usando el Burro para atender los servicios funerarios.  En esencia, el burro era un ataúd público. Una caja rústica hecha de madera y usada por los más miserables quienes conocían su interior por primera y última vez el dia de su muerte.  Se llevaba al difunto hasta el cementerio, una vez alli se sacaba del Burro y se le enterraba en su petate.  El Burro regresaba al campanario en la espera de su próximo cliente.     Con el tiempo surgieron carpinteros que improvisaban cajoncitos de muertos como era el caso de “Don Nayo” el padre de Doña Luisa Emilia, entre otros.  Me pareció curioso este hecho y por eso lo publique aquí. Si tienes algo más que aportar me gustaría mucho escucharlo.

No pense que leer fuera el fuerte de mis compatriotas diriomeños, pero las estadisticas me demuestran lo contrario.  Al parecer recibo más visitantes a este blog que a la página de facebook y el sitio web www.diriomohoy.com combinados!  Me parece maravilloso que tantas personas se tomen el tiempo para leer las cosas que escribo, pero no puedo evitar pensar que mis lectores son victimas del aburrimiento.  El sitio web ha sido completado un 15%, la mayoría de su contenido no puede ser publicado en este momento debido a limitaciones impuestas por el servidor.  Gracias por su interes a los que me han preguntado, los mantendré informado. Oh y gracias por leer :)  


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