domingo, 11 de mayo de 2014

Un icono muere. Una leyenda nace.



Nunca fue mi profesor y sin embargo yo asistí a muchas de sus cátedras.  Sus obras de progreso fueron visionarias y en aquel tiempo incluso fueron consideradas una locura...  "Como vas hacer un parque sin dinero y sin materiales?" le decían.  Siempre se destacó por su liderazgo y a pesar de haber logrado semejante hazaña, nunca tomo el crédito que con mucho gusto otros le otorgaban, siempre decía "el consejo decidió, el consejo hizo..." Nunca usaba la palabra “YO” cuando describía algo que él había hecho con ayuda de otras personas.   

En fin, su determinación fue más fuerte que las adversidades a su paso y termino por cambiar por completo la imagen del pueblo, pero ofrecer una lista de todos los trabajos ejecutados por Don Chico está de más porque no fue su trabajo ejemplar como Alcalde de Diriomo, una posición que  ocupo por cuatro términos, o sus años ejerciendo el magisterio donde se retiró como uno de los mejores profesores y directores en la historia del pueblo, lo que lo catapultaron a la cima de la popularidad como político, sino su sencillez y humildad como ser humano.

Como persona, Don Chico era intachable.  Tenía un carisma y personalidad muy especial que muchos oportunistas imitan para obtener votos, pero que pocos tienen.  Era un político nato, un político popular, querido por la gente que votaba por él y admirado por sus oponentes, "no como ahora que todo lo que hay son políticos impopulares" para invocar las palabras de su querido sobrino, el padre Mario Campos durante la misa oficiada en su honor.


Dicen que el pasado y el futuro no existen.  Lo único que existe es el presente, el eterno “ahora”, pero gracias a la memoria ejemplar de Don Chico, no fueron pocas las veces en las que me llevo en un viaje por el tiempo para ver lo que este pueblo era en la época de su niñez: Un potrero aislado del mundo donde ver un simple carro desplazarse por el pueblo era un gran suceso en la vida de un niño.

A principios de los años 40 se podía ver al joven Chico Campos con varios niños, habrán tenido sus 8 o 9 años y corrían detrás de un carro que iba desde la casa del Dr. Cerda hacia el Diria…la meta era llegar hasta el arenal, una vez ahí, cada uno recogía un puñado de arena y se enloquecía con ese intoxicante aroma a gasolina que se quedaba impregnado en aquella arena blanca y seca que parecía traída del mismo mar.



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